September 15, 2014
Por RODRIGO HASBÚN
El País

No puedo creer que ya sean 10 años, me dice Alejandra Zambrano, fundadora y directora de La Poderosa, un proyecto único en el ámbito del activismo latinoamericano. Son las nueve de la mañana y hablamos en un cafecito de Ithaca, la pequeña ciudad universitaria del Estado de Nueva York donde vive.

Todo empezó cuando, apenas terminados sus estudios de licenciatura, se animó a ofrecer un taller gratuito de producción audiovisual en Quito. Una camarita casera, una computadora y su entusiasmo contagioso fueron suficientes para que un grupo de ocho chicas de colegio hicieran juntas un primer cortometraje, y para que Alejandra supiera del enorme potencial que generaban ese tipo de dinámicas. Un año más tarde obtuvo una beca en Estados Unidos que le permitiría reproducir la experiencia en otras latitudes. El mexicano Jorge García, compañero en el doctorado que ambos iniciaban por entonces en la universidad de Austin, decidió embarcarse junto a ella en la aventura.

A lo largo de 2006 impartieron talleres en comunidades desfavorecidas en República Dominicana, Panamá, Argentina y Ecuador, acercando a decenas de chicos de entre 14 y 19 años a la posibilidad de hacer vídeos que exploraran sus vidas y su entorno, vídeos en los que pudieran contar su propia historia. “Lograr que ellos se den cuenta de la capacidad que tienen y ver la emoción que sienten cuando ven un producto final, ese es el impacto que queremos lograr. Que crean en sí mismos, que trabajen en la confianza en sí mismos, en su autoestima”, me explica ahora Alejandra. Dice también: “Nuestro objetivo no es que ellos sean cineastas ni artistas. Lo que nos importa es que aprendan a trabajar en equipo. Para nosotros es fundamental la cuestión de la corresponsabilidad”.

Los cortometrajes, en su mayoría disponibles en la Red, son primerizos en el mejor sentido: por encima de los errores y la ingenuidad, en ellos resultan palpables la vitalidad y la fascinación de un puñado de muchachitos en pleno descubrimiento de una mecánica, de un mundo. Aun sabiendo que los resultados técnicos podrían ser mejores, Alejandra y los demás mentores prefieren no entrometerse demasiado en las decisiones del equipo: “Lo que sí hacemos es salir a observar. Los chicos dan muchos paseos, muchas entrevistas a la gente. Salimos nada más para escuchar los sonidos del pueblo, el ambiente, las voces”. Por último, al finalizar las 120 horas compartidas, presentan los cortometrajes a su comunidad.

Establecida legalmente desde 2009, La Poderosa se ha ido consolidando y cuenta ahora con más de veinte colaboradores, un taller anual en la ecuatoriana Bahía de Caráquez y un programa internacional que fomenta el intercambio y permite a estudiantes norteamericanos participar de la experiencia. Además, se han realizado talleres en Santiago de Chile y en Ithaca, adonde hace poco llegó un estudiante chileno de apenas 17 años a dirigir un corto. Ya han hecho 30.

Alejandra sonríe al contarme los detalles. Son casi las diez y pronto deberá partir a la universidad donde enseñan tanto ella como Jorge, el antiguo compañero de viaje y doctorado con el que ahora está casada. Antes de irse me dice que la idea es seguir reproduciendo los talleres en otras ciudades latinoamericanas. Sabe que no será una tarea fácil, sobre todo dado que hasta ahora nunca han podido dedicarse a tiempo completo al proyecto. Quizá eso cambie dentro de poco. El desafío, en cualquier caso, está ahí.

Artículo Original: http://elpais.com/elpais/2014/09/15/eps/1410799417_253670.html